En el anterior artículo hablamos de la acometida principal del Masaje Californiano: optimizar la conciencia sensorial. Hoy vamos a centrarnos en uno de los aspectos imprescindibles para que esto sea posible: el origen del movimiento.




El hara, situado un par de dedos por debajo del ombligo, constituye el centro de energía vital -ahí donde estamos conectados a nuestra madre durante la gestación- constituye el vínculo con la existencia. Una persona presente en este centro, se siente segura, en confianza y con coraje, porque se encuentra sostenida por la vida, enraizada y en contacto con su Ser.
Osho habló del proceso del conocimiento del hara como del viaje hacia el centro del ser, un viaje que comienza con el cuerpo y a lo largo del cual se desciende de la cabeza al corazón, y del corazón al hara.
Si una persona actúa desde el hara, se moverá por la vida sin esfuerzo, porque el hara es el motor, es donde nace el movimiento. La energía está ahí, solo hay que escucharla y respetarla, dejándose guiar por la dirección que lleva. Sin hacer fuerza, sin ir a la contra, sin generar conflicto.
Un camino para desarrollar la conciencia de este punto energético es respirar profundamente hasta al abdomen. Respirar superficialmente conlleva o genera inseguridad, nerviosismo, ansiedad, las emociones se descontrolan en este marco, creando mucha inestabilidad. Por ello las respiraciones profundas y otros ejercicios para trabajar ayudan a volver al centro, al silencio, a la serenidad y a la vitalidad.
En el Masaje Californiano, el movimiento surge desde el hara, no comienza ni se realiza mecánicamente desde las manos o desde los brazos, sino desde nuestro centro. El terapeuta trabaja sin esfuerzo al implicarse con su cuerpo en cada pase.
Esto se recibe con una sensación de mayor amplitud y libertad. Ayuda a generar confianza, totalmente necesaria para soltar el control de nuestro cuerpo y entregárselo al masajista/terapeuta, rindiéndonos cada vez más, a una relajación más profunda.
El terapeuta al moverse desde un lugar de enraizamiento puede ir aumentando la presión gradualmente, solamente trasladando el peso de su cuerpo a la zona de contacto, de una manera suave, atenta y respetuosa con el ritmo y el límite de la persona. Mayor intensidad implica más respiración, y esto lo marca la persona, hasta dónde puede permitirse abrir en ese momento. De esta forma, no hay un dolor que aguantar, al no haber fuerza no hay resistencia.
Puede “doler” pero no se convierte entre una lucha entre tú y el dolor a ver quién puede más, más bien transcurre con compasión hacia la liberación.
Esta forma de movernos, sin esfuerzo y sin fuerza, es tan importante para el que lo recibe como para el que lo da, ya que nos evita sobrecargarnos y autolastimarnos.
Durante la primera parte de la formación, este es uno de los aspectos clave a los que se presta mayor atención, y el que nos acompañará durante todo el aprendizaje.
ARTÍCULO ESCRITO POR MARÍA LUCAS PARA LA REVISTA VERDEMENTE, ENERO 2016